jueves, 13 de noviembre de 2008

columna: La herética de Martín Adán, ANDRÉS PIÑEIRO

EL TRÁNSITO DE TRAVESÍA DE EXTRAMARES A ESCRITO A CIEGAS.
Una conocida anécdota pone de manifiesto la conciencia que empieza a tomar Martín Adán de la actitud herética en su obra a partir de los años sesenta. El poeta envía los originales de La mano desasida. Canto a Machu Picchu (1960) al padre Gerardo Alarco pidiéndole a éste que retirara los versos que considerara ofensivos a la fe cristiana. (…)
No es la primera vez que Adán se ocupa de la divinidad en términos que ameritaran la censura eclesiástica. En el "Aloysius Acker" (1932) y en el Escrito a ciegas (1961) apreciamos el cuestionamiento que hace el poeta de los presupuestos cristianos. Es más, en los poemarios que seguirán a La mano desasida -Mi Darío (1967) y Diario de poeta (1973)- la distancia frente a dichos presupuestos se acrecentará llegando incluso a un claro enfrentamiento. "Dios es un adjetivo. Yo soy Él, y lo ignoro", leeremos en su último texto.
La Iglesia católica define la herejía como la negación o duda pertinaz de una verdad que debe asumirse con fe. El hereje, quien ha recibido el bautismo, no está fuera de la creencia, sino que se encuentra en una perspectiva de incredulidad.
La "herejía poética" de Martín Adán, que nosotros denominamos "herética" para distinguirla de la herejía en el plano teológico, es una condición de posibilidad de su propia obra y alberga tres aspectos con relación a la tradición cristiana: cuestionamiento, alejamiento y confrontación. (…)
(…) Pero, cabe preguntarse, ¿qué clase de herejía lacera la poética de Martín Adán? Ciertamente el poeta ha transitado del más exacerbado dogmatismo de Travesía a la fascinante libertad herética del Escrito a ciegas. Es el tránsito del éxtasis visionario a escribir a tientas sobre una realidad desconocida ajena a la doctrina cristiana. ¿Qué ha sucedido en el alma desgarrada del poeta para que adopte una actitud que lo aleja de dicha doctrina?
La ceguera está unida al infortunio, pero también a la sabiduría. El Escrito a ciegas no alberga una angustia lacerante, sino una serena ironía, un tono profético que le permite distanciarse de la tradición cristiana para internarse por aquellos aspectos cuestionables de la misma. Como el ciego que solo tiene el bastón para orientarse, el poeta ya no mira a un cielo que se niega a responder y solo encuentra la palabra para definir sus nuevas inquietudes. En Travesía la mirada es diametralmente opuesta, la conformidad con la tradición cristiana lo conduce a una angustia desgarradora. (…)
En el Escrito a ciegas observamos las dudas del poeta por las verdades reveladas. Desde la perspectiva cristiana la duda es alejamiento. Para Martín Adán también; pero no todo alejamiento lo conduce a la duda. En algunos momentos, alcanza una distancia tal de los dogmas cristianos que le permite afirmar y no dudar de sus hallazgos verbales.
(…) La soledad en el "Día", es decir en el Reino Escatológico, es asumida como un acto individual que no involucra a la especie humana. Aquí su lado divino que no alcanza a cabalidad. El "absoluto" -libre de determinaciones o relaciones- en la "Zoología" coloca el acento en su lado "animal", en donde el pensamiento, como antes la "soledad", lo excluye. Sin embargo, el poeta, con la imagen del "carnívoro feroz", enfatiza la idea de que en algún momento se produjo o consumó su anhelo; pero que no es capaz de dar cuenta en palabras de este acontecimiento.
Y no alcancé al furor de lo divino/ Ni a la simpatía de lo humano./ Lo soy y no lo siento ni así me siento./ Soy en el Día el Solitario/ Y el absoluto en la Zoología si pienso,/ O como carnívoro feroz si agarro.
(…) En los versos siguientes está el núcleo de la "herejía" de Martín Adán. Podemos apreciar dos aspectos del distanciamiento del dogma cristiano por parte del poeta. El primero, la duda. El segundo, asumir una disyuntiva en donde es posible no ser la "Creatura" sino el "Creador".
¿Soy la Creatura o el Creador?/ ¿Soy la Materia o el Milagro?/ ¡Qué mía y qué ajena tu pregunta!.../ ¿Quién soy? ¿Lo sé yo acaso?/ ¡Pero no, el Otro no es!/ ¡Sólo yo en mi terror y en mi orgasmo!
(…) no asume la posibilidad de salvarse. La búsqueda ontológica de un nuevo "ser" lo ha llevado a vislumbrar que dicha salvación podría obrar si él fuera "otro". Ni la "sensibilidad" ni el "entendimiento" lo han llevado a buen puerto. Cuando experimenta el éxtasis visionario no puede dar cuenta de éste sin desnaturalizarlo.
Yo buscaba otro ser/ Y ése ha sido mi buscarme./ Yo no quería ni quiero ya ser yo,/ Sino otro que se salvara o que se salve/ No el del Instinto, que se pierde,/ Ni el de Entendimiento, que se retrae.
Se cierra el círculo del Escrito a ciegas. La sabiduría consiste en aceptar que no hay grandes preguntas, por lo tanto, desvirtúa la ingenuidad de indagar por grandes respuestas. Las respuestas del poeta no pasan por indicaciones dichas a su interlocutor para que éste transite por la vida con prudencia; sino por sugerir que las respuestas por las que indaga se encuentran en él mismo. Para descubrirlas es menester seguir el propio camino tal como lo ha seguido el poeta: el encuentro del instante.
Tú no sabes nada;/ tú no sabes sino preguntar,/ tú no sabes sino sabiduría/ pero sabiduría no es estar/ sin noción de nada, sino proseguir o seguir/ a pie hacia el ya.
autor: ANDRÉS PIÑEIRO/ medio: EL DOMINICAL de EL COMERCIO/ publicado: 25 DE MAYO DE 2008

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